Se podría pensar que existe una diferencia radical entre quienes invierten en arte para generar riqueza y quienes lo consumen para enriquecer otros ámbitos de su vida, pero en la práctica, el arte y la economía van perfectamente de la mano.
Desde hace 20 años, el mercado global del arte ha sufrido cambios importantes. La manera como operaba y los actores que componían la escena se han ido fusionando, pero aún se conservan premisas; la más importante: invertir en arte es un buen negocio.
“Por regla general, detrás de cada coleccionista de arte hay un gran empresario (…) es absolutamente noble y loable comprar una pieza que te conmueve y te apasiona pero además estás creando patrimonio”.
Estas son las palabras de Carmen Reviriego, presidenta de la compañía Wealth Advisory Services, donde asesoran tanto a grandes coleccionistas como a personas que tienen interés en comenzar a una colección. Reviriego, a quien entrevistamos en la Librería Porrúa de Polanco, a propósito de su visita a México, es autora del libro El laberinto del arte, un compendio de textos que explican cómo funcionan las entrañas del mercado del arte, editado por Paidós.
El arte es un activo que permite la diversificación, ya que la inversión se puede hacer en distintos sectores, como el arte contemporáneo, antiguo o moderno, y detrás de cada sector hay subsectores. Se puede invertir en un artista en específico, o en un soporte de dicho artista. Un ejemplo sería comprar obras cubistas, particularmente de Picasso, y concretamente sus esculturas. Así, el arte se está convirtiendo en un activo refugio, en el cual las personas destinan sus inversiones para evitar la volatilidad del mercado. Usando la misma metáfora, el arte antiguo se puede considerar como una renta fija, el arte moderno y el contemporáneo funcionarían como una renta mixta y el arte emergente como una renta variable.
Los ingredientes del mundo del arte
La autora explica que hay dos elementos principales, el artista, la parte más sagrada de la cadena productiva, y el espectador. Ellos son quienes emocionan y son emocionados, y en ese contexto el arte puede ser entendido como una cadena de sentimientos. El artista tiene una necesidad de contar cosas, de compartir su experiencia vital, y lo acompañan los espectadores que están dispuestos a escuchar la historia.
Fuente: El Economista